16 de agosto de 2017

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Redaccion

El final de Mad Men: una charla

Nicolás Cabral / Guillermo Núñez | martes, 19 de mayo de 2015

 

NC. El domingo culminó Mad Men (2007-2015). Más allá de sus atributos como puesta en imágenes, queda la sensación de que la serie plantea algo concreto: la conversión de los sueños de libertad de los sesenta en estrategias mercadotécnicas posteriores.

 

GN. El protagonista de la serie parece incapaz de aprender algo, fuera de aferrarse a sus principios inflexibles (olvidarlo todo –o intentar olvidarlo todo– y seguir adelante). ¿Te parece que hay guiños en esta serie hacia Los Soprano? Ambas, ya se ha dicho, se concentran en hombres difíciles; es decir, con principios que ya no casan con su época (pero que, paradójicamente, la han definido). Se ha sugerido también que Mad Men posee personajes protofeministas (al final vemos a Joan iniciando una empresa, liberada de un nuevo hombre; pero a Peggy, la profesionista, la vemos descubriendo al amor de su vida). ¿Compartes el optimismo?

 

NC. Mad Men es un universo vasto, y acaso su mayor virtud es la calculada ambigüedad: sencillamente muestra, para que el espectador saque conclusiones. Admiro la serie pero no lo que representa Don Draper, una especie de antena del capitalismo postindustrial. Hay algo casi de personaje de Kipling en su figura: su sofisticada vida en Manhattan lo orilla a tener inmersiones recurrentes en mundos que pueden caracterizarse como “bajos” o “salvajes”: el proletariado, el hippismo californiano, las mujeres “fáciles”, etc. Se trata de extraer de ahí vitalidad, para volver a la avenida Madison con ideas frescas. Tal es su “genio” como publicista. En cuanto a las mujeres, la serie retrata un momento de transición en la cultura laboral estadounidense con gran detalle. Y hay un ajuste de cuentas: a la conservadora Betty, fumadora empedernida, la matará un cáncer. Pudo ser peor, como en Sex & the City, donde el cáncer ataca a la promiscua. Con Los Soprano hay un aire de familia, como dices; después de todo, Matthew Weiner fue uno de los guionistas.

 

GN. Es verdad, hay algo vampírico en Draper. Pero es un vampiro domesticado: a pesar de verlo correr libremente en un bólido, en la gran planicie, sabemos que está atrapado. También hay algo vampírico en las series. No deja de sorprenderme el tiempo que invertimos en estos, digamos, productos culturales. Mad Men es televisión o cine de calidad; invita, incluso, a la reflexión. Pero lleva en su seno la serpiente: la sobria publicidad con la que se anuncia y con la que ha logrado entrar a millones de recámaras y salas de televisión es, por decir lo menos, efectiva. Esto, claro, es un punto a favor para Weiner. La serie se distingue de muchas otras que también intentan reflexionar sobre temas afines.

 

NC. Las series son nuestros folletines. Por otro lado, tienen el potencial de liberar al cine de ficción de diversos corsés. No es lo mismo moldear un personaje en sesenta horas que en dos. La narrativa clásica se mudó a la televisión, donde seguramente irán apareciendo formas menos codificadas de contar una historia (no hace falta decir que el formato ya cuenta con obras maestras como The Wire). La pregunta está del lado del cine popular (en tanto el cine de autor ya se la hizo hace tiempo): ¿Y ahora?

 

GN. Hace pocos días se reportó que el corporativo Disney piensa lanzar canales dedicados, en su totalidad, a dos de sus productos más populares: Star Wars, por un lado, y Marvel, por otro. Se trata de la respuesta incorrecta: la cuestión no es traducir a formatos episódicos filmes que han tenido éxito económico, sino de explorar los límites del formato. Creo compartir el pesimismo de Ballard ante la televisión de calidad. Esperemos que no estemos ante el fin de una nueva era de buena televisión, pero ¿de qué nos perdemos al ver tantas series?

 

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